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Contra las Fake News

Combatir la desinformación en un mundo digitalizado resulta complejo porque los mensajes engañosos, mediados por la tecnología, adoptan cada vez formas más sofisticadas que imitan la apariencia de la información más fiable. A pesar de ello, en el ámbito científico, podemos decir que se ha avanzado ampliando el muy reduccionista y extendido concepto de fake news, para incorporar y describir todas esas nuevas apariencias que adopta el engaño: contenido impostor, contenido fabricado, clickbait, teorías de la conspiración, discurso de odio, entre otras. Además, estas nuevas fórmulas han sido clasificadas según sus intenciones; desde la mala praxis (mis-information), al engaño deliberado para obtener un rédito económico o personal (dis-information), a la intención deliberada de causar un perjuicio a alguien o sobre algo (mal-information). Si bien todo este esfuerzo, poco a poco, va permeando en la sociedad a través de iniciativas alfabetizadoras de toda clase, quedan esfuerzos por hacer.

Centrándonos en el caso de los jóvenes, que es el que nos ocupa por su conexión casi permanente a internet y, por tanto, su sobreexposición a contenidos de toda índole y, como consecuencia, a una mayor vulnerabilidad ante posibles peligros, el fenómeno de la desinformación tiene otros matices.

En primer lugar, se detecta un exceso de autoconfianza, pues el 90% de los jóvenes de entre 14 y 18 años afirma que ha oído hablar de noticias falsas, pero se ve capaz de identificarlas, como recoge el estudio de la Universidad Loyola Los adolescentes españoles frente a las fake news: nivel de conciencia y credibilidad de la información. No obstante, esto no debería ser un problema pues, como evidencia del informe europeo EU Kids Online 2020, la búsqueda de información no es una actividad prioritaria para estos usuarios: los menores de entre 9 y 16 años solo destinan un 19% de su tiempo de conexión a esta tarea. Sin embargo, los menores afirman utilizar internet para realizar sus trabajos académicos. Esto nos hace preguntarnos sobre su capacidad para escoger entre las fuentes más fiables.

En segundo lugar, el discurso de odio se identifica como el contenido de mayor preocupación para estos usuarios. Según el estudio europeo mencionado, el contenido que los jóvenes consideran más nocivo cuando interactúan en la red, una actividad a la que dedican el 70% de su ocio, son precisamente estos mensajes de odio, es decir, aquellos contenidos fabricados y publicados con el propósito de situarles en el punto de mira por razones de xenofobia, motivos religiosos, envidias, etc., para ocasionarles un daño, mermar su reputación, o poner en peligro su seguridad.

Este tipo de desinformaciones, malintencionadas, están afectando a la salud mental de los jóvenes: el 7% de los menores de 9 a 16 años reconoce que alguien ha creado páginas o imágenes falsas y las ha distribuido para dañar su reputación. El informe Ofcom (organismo regulador de contenidos en medios de comunicación en Reino Unido) de 2019 también pone de manifiesto esta situación cuando afirma que la desinformación causa estrés y ansiedad en los más jóvenes porque sienten que viven en un mundo, informativamente hablando, cada vez menos sólido, de ahí que tengan mayores dificultades para tomar decisiones. En este sentido, llama particularmente la atención otro estudio, El estado mundial de las niñas, de la ONG Plan Internacional, pues revela que una de cada cuatro jóvenes se siente físicamente insegura por culpa de la desinformación; el 98% dice que le preocupa la desinformación porque muchos de los contenidos falsos que circulan intentan “desacreditarlas, ridiculizarlas, humillarlas y mermar su credibilidad”.

Fuente: https://www.educaweb.com/noticia/2021/10/26/educar-verdad-articulo-opinion-investigadora-paula-herrero-19708/

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